Muy joven Bruno inició sus estudios en la acreditada escuela de la catedral de Reims (Francia), donde pronto sobresalió por sus dotes intelectuales. En torno a los 20 años de edad, dirigió su itinerario académico hacia los estudios religiosos.
Fue nombrado canónigo de la catedral de Reims al acabar sus estudios, lo que suponía un importante reconocimiento a sus dotes intelectuales y reconociéndole aptitudes especiales para el liderazgo. Hacia 1056, con 27 años, fue designado director de los estudios de la ciudad de Reims, lo que suponía una elección excepcional que reconocía sus excepcionales capacidades para la docencia y sus dotes de gobierno.
Bruno se nos presenta como erudito, maestro y modelo de conducta que hacen que sea considerado como un hombre de una autoridad moral indiscutible.
A principios del siglo XII, Bruno, en una carta destinada a su compañero Raúl le Verd, expresa de manera explícita su fervor por la vida eremítica, por la dedicación a la paz, el silencio y la meditación. Igualmente, Bruno apunta dos elementos clave en sus intenciones: primeramente, su determinación de huir de las vanidades del mundo, consagrándose a la conquista de lo eterno, y ,seguidamente, su voluntad de apartarse de todo cargo en el clero secular para entregarse a Dios en una vida destinada a la contemplación pura.
Entre 1081 y 1083, Bruno abandonó Reims en compañía de Pedro y Lamberto y se instalaron en un monasterio de Molesmes (Troyes), viviendo una vida cenobítica durante un par de años; sin embargo, otro era su ideal de vida religiosa. Junto a seis compañeros que participaban de su mismo ideal eremítico, abandona el cenobio para formar una pequeña comunidad de solitarios.
Sin motivo aparente en la elección de la ruta, se dirige hacia Grenoble y los Alpes. A primeros de junio de 1084, Bruno y sus seis compañeros llegan al macizo rocoso de Chartreuse, en la diócesis de Grenoble, un terreno yermo que favorecía la separación del mundo que andaba buscando.
Construyeron la primera cartuja diseñando un programa arquitectónico que respondía a la espiritualidad que les animaba; una arquitectura y una espiritualidad que hoy en día se siguen conservando, tanto en la disposición de las estancias como en los parámetros morales basados en la oración, la soledad y el silencio. Desde entonces, la orden de la cartuja se precia de no haber tenido nunca necesidad de reformarse, porque nunca se ha modificado.
En febrero de 1090, Bruno tuvo que abandonar el eremitorio vida porque fue requerido como consejero por su antiguo alumno, el papa Urbano II, que hizo de este encargo un asunto irrenunciable.
Aunque intentó adaptarse de una manera leal a la vida de la corte pontificia, Bruno no terminaba de sentirse cómodo con su nueva vida. Expresó al papa su desasosiego y solicitó permiso para abandonar la corte y volver de nuevo a su desierto; pero el papa tenía previsto nombrarlo arzobispo de Reggio (una región de la provincia de Calabria en Italia). Este asunto supuso una gran contradicción, al tener que debatirse entre su fidelidad a la Iglesia, que le exigía servir al papa, y su deseo más fuerte, que le arrastraba a la vida en la soledad del desierto de la Chartreuse. Tras muchas conversaciones con el pontífice, éste accedió a nombrar a a Rangier y no a Bruno para la sede de Reggio. Decisión que suponía el reconocimiento explícito de la vida eremítica como una vía honorable de búsqueda de Dios por parte del Papa.
Pero Bruno ya no volvió a Chartreuse, sino que, por decisión papal, tuvo que instituir un nuevo ermitorio en Santa María de la Torre (Calabria) en los primeros meses de 1092.
Gracias a sus cartas a los monjes de Chartreuse, sabemos que Bruno permaneció diez años en este nuevo emplazamiento, junto a una comunidad de entre quince y veinte miembros, aunque al final de su vida, esta cartuja contaba con casi 30 monjes.
El 6 de octubre de 1101 Bruno moría en Calabria, cuando contaba con algo más de 70 años y hacía 17 que había fundado el primer desierto en Chartreuse, origen de la orden de la Cartuja.
- Construyeron la primera cartuja diseñando un programa arquitectónico que respondía a la espiritualidad que les animaba; una arquitectura y una espiritualidad que hoy en día se siguen conservando, tanto en la disposición de las estancias como en los parámetros morales basados en la oración, la soledad y el silencio. Desde entonces, la orden de la cartuja se precia de no haber tenido nunca necesidad de reformarse, porque nunca se ha modificado. -